La vergüenza es un valor imprescindible

Un reciente post de Alex Bolaños en este blog me ha apurado a escribir sobre una conclusión a la que llegué mientras preparaba una charla que los amigos de Creo me solicitaron hace unos meses acerca de la importancia de comunicar la libertad. Con esto intento complementar la idea que Alex plantea.

Mientras pensaba cuál era la mejor manera de transmitir los valores de una sociedad libre (en el sentido liberal de la expresión) caí en cuenta que el concepto ‘libertad’, como muchos otros, ha sido tan manoseado y mal utilizado, que se ha convertido en una especie de commodity. Es decir, que puede utilizarse en cualquier forma y en cualquier contexto. Eso hace sumamente complicado hablar de libertad con propiedad, mucho más persuadir a otros acerca de cómo alcanzarla y protegerla. Es un problema de comunicación complicadísimo.

Por lo tanto, pensé, lo mejor es no hablar de libertad, sino del comportamiento que se exige a individuos que pretendan ser libres: la responsabilidad individual. Un comportamiento es algo más “tangible” que un concepto abstracto.

El vínculo entre libertad y responsabilidad individual es contundente: si quiero ser libre, es decir, que nadie me obligue a hacer algo que no quiero (por ejemplo el Estado), es necesario que asuma la responsabilidad de mis actos, comenzando por respetar a rajatabla el derecho y la propiedad de las demás personas. Y aquí es donde nuestra sociedad falla. Estamos acostumbrados a trasladar nuestros problemas a los demás. Veamos un par de ejemplos:

Situación 1: quiero ir a la farmacia a comprar una medicina.

– Problema: el estacionamiento está ocupado.

– Solución: dejo mi vehículo en la acera, aunque bloquee el paso de los peatones.

– Resultado: solucioné mi problema pero le dejé uno a quienes caminan por la acerca, pues hoy deben pasarse a la calla para continuar su marcha, muchas veces arriesgando su seguridad.

Situación 2: terminé el cigarro que fumaba.

– Problema: necesito deshacerme de la colilla.

– Solución: tirarla a la suelo.

– Resultado: solucioné mi problema pero le dejé uno a quienes limpian el lugar.

Es increíble cuántos problemas solucionamos trasladándole las consecuencias a alguien más sin que nos importe. ¿Pero por qué pasa esto? Sencillo: hemos perdido la vergüenza. Ya no nos avergonzamos de hacer actos inadecuados. No nos da pena complicarle la vida a la persona que está a la par si con eso resolvemos nuestros problemas. Esta idea creo haberla escuchado hace algún tiempo de voz de Antanas Mockus, ex alcalde de Bogotá y candidato presidencia de Colombia.

Solemos asociar la vergüenza con situaciones negativas o incómodas, sin embargo, en estos tiempos, deberíamos ascenderla al nivel de valores como la honestidad y la tolerancia. Una sociedad en la que la vergüenza está ausente es una sociedad en la que a nadie le importa pasar por encima del vecino.

Por lo tanto, si queremos vivir en libertad, convivir en paz y por lo tanto progresar, debemos recuperar la vergüenza. La vergüenza debe ser un valor que promovamos con insistencia.

Mockus, de alguna manera, lo hizo para solucionar los problemas de su ciudad. Al final de este post están los vínculos a un documental que explica esto.

Nos leemos en la próxima y, mientras tanto, promovamos la vergüenza.

 

 

 

Federico Harrison

Rector de la Escuela de Comunicación Mónica Herrera. ECMH alumni

2 comentarios en “La vergüenza es un valor imprescindible

  1. El concepto de vergüenza me remite también a otro que he estado repasando mentalmente, y es el sentido de justicia.
    Hemos perdido el sentido de justicia, porque nos hemos permitido que otros, que han perdido la vergüenza, violen mis derechos desde los más mínimos hasta los más indispensables.
    Pensar, por ejemplo, que tengo que arriesgar mi vida/seguridad para caminar por la calle, porque otro violó mi derecho de usar la acera; me lleva a pensar que tengo que arriesgar mi vida en la vía pública, día a día, porque otro está violando mi derecho de seguridad y protección contra la violencia.
    En el caso de que tengo que aceptar limpiar la suciedad que otra persona dejó, porque perdió la vergüenza de botar la basura en su lugar, me lleva a pensar que también tengo que aceptar hacer el trabajo de alguien más o más allá, solucionar los problemas que otra persona causó, viola mis derechos como trabajador responsable, y además agrega una carga poco justificada a mi trabajo diario.
    Y así, una larga cadena de pequeños actos que cometen los sin-vergüenza, que los demás tenemos que aceptar y soportar.
    Recuerdo haber leído en un libro (suena en mi cabeza The Tipping Point, por alguna razón) que cuando los seres humanos empezamos a aceptar las violaciones más pequeñas de nuestros derechos más sencillos, como: cuando aceptamos que alguien se meta en la fila unos puestos más adelante, o cuando aceptamos que nos quiten el asiento en un bus; condiciona nuestro cerebro como víctimas y somos capaces de tolerar injusticias mayores.
    Estos, sin-vergüenzas, posiblemente, sean la causa de que nuestra sociedad esté condicionada a perder su sentido de justicia. No defendemos nuestros derechos elementales, y tampoco nuestros derechos más complejos.
    Los sin-vergüenzas violan nuestros derechos a diario, y nosotros ¿qué hacemos?

  2. Alex Bolaños on

    Cambiar nuestra forma de ver el mundo y cambiar la forma en que nos comportamos es imprescindible si queremos si quiera pensar en un futuro que ahora parece utópico para El Salvador. Se requiere de movimientos independientes y completamente apolíticos que generen cambio simplemente por medio del comportamiento diario, para iniciar una revolución transformadora de la realidad. Estamos emborrachados con la política y creemos que nuestro futuro depende únicamente de lo que sucede en este ámbito, y hemos perdido de vista que la situación siempre fue a la inversa…el futuro de la política depende de lo que sucede con la sociedad.

    Es esa sociedad sin vergüenza, esa sociedad enferma, de la que somos parte, la que tiene hundido a nuestro país.

    Lo bueno de esto, es que hemos empezado a reconocerlo, a conversarlo, y de todos es conocido que la cura de toda enfermedad inicia por el reconocimiento de la misma.

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